miércoles, 24 de noviembre de 2010

La Comunicación Interna en “Tiempos modernos”

Una metáfora pasada de moda

Algunos recordarán al simpático Charlot, aquel obrero de la post crisis del ’29, que trabajaba en una cadena de montaje fabril apretando tornillos todo el día, hasta que de repente tuvo un ataque nervioso, producto del stress, y comenzó a apretar narices. Era el personaje creado por Charles Chaplin en el film Tiempos Modernos, estrenado en 1936. La historia representaba con humor e ironía las duras realidades de los trabajadores abocados a la producción en masa. Hoy, por suerte, los “tiempos modernos” han pasado de moda. Cientos de mejoras humanas y tecnológicas se han producido en los ámbitos de trabajo. Sin embargo, aquel paradigma aún sigue grabado en algunas expresiones laborales y pueden escucharse en las organizaciones actuales. Si prestamos atención a ciertos adagios gerenciales y “frases hechas” es posible detectar varios vestigios del viejo modelo en el trabajo del siglo XXI. Muchas metáforas evocan, infortunadamente, modelos mecanicistas que limitan la creatividad de los equipos de trabajo y el desarrollo de nuestras organizaciones. Por ejemplo, en nombre de la eficiencia es común oír comparaciones directas entre “trabajo humano y engranajes calibrados”. Es tal la fuerza de aquel viejo modelo industrial que, como una película clásica, atraviesa décadas de avances y llega a nuestros días con dichos y sentencias instalados, como si sólo hubieran pasado unas semanas del estreno de Chaplin. Pero como comunicadores debemos tener en cuenta que la palabra crea realidades y que toda expresión laboral crea escenarios para nuestras instituciones. En ese marco toda metáfora pierde inocencia y, a la vez, redactarlas correctamente puede ser una oportunidad única de crecimiento para la organización y sus integrantes.

La comunicación interna es
como el aceite de un motor (?)

La inercia de la vieja industrialización también toma por sorpresa al nuevo milenio con imágenes y figuras que retrasan las comunicaciones. Estas metáforas atentan contra una concepción más holística de la comunicación interna. Los mensajes organizacionales que comparan la efectividad humana con un motor bien aceitado, postergan a los integrantes de la organización a la condición de artefactos y a la comunicación a la de mero lubricante. Ante esta sentencia se hace imposible no evocar la mítica imagen de
Charlot, en blanco y negro, atrapado entre grandes engranajes fabriles. Si bien es cierto que el adagio “la comunicación interna es como el aceite de un motor” no suena tan mal, debemos estar atentos. Todos sabemos la permanente necesidad que tienen las organizaciones de eliminar conflictos, ruidos y malentendidos que se dan en los equipos, entre las áreas o en la cadena de valor. La imagen es tentadora pero, según nuestra experiencia, a la larga siempre genera consecuencias indeseadas. Al principio se usa despreocupadamente y es someramente útil, puesto que ayuda a que la organización genere medios y mensajes necesarios para que sus integrantes hagan bien el trabajo. Pero al insistir con esta figura caen en el extremo del “monólogo”, dejan de escuchar y no propician mediciones ni conversaciones. La metáfora hace efecto y de repente es tarde, ya no permite seguir avanzando hacia soluciones de comunicación más profundas, como las que necesitan la mayoría de las organizaciones modernas.



Los mensajes organizacionales enunciados con comparaciones y metáforas facilitan la comunicación en el trabajo, puesto que dan ejemplos y abren caminos rápidamente. Pero si no son meditadas oportunamente y a mitad de camino fallan, nos dejan con pocas posibilidades de retroceder y volver a empezar. Sobre todo en la gestión cotidiana de comunicaciones internas, en la que rara vez hay tiempo para desandar lo hecho y generar una nueva estrategia sobre la marcha. A cierta altura de la gestión la metáfora ya ha creado una realidad: estamos atrapados en sus supuestos y nos deja maniatados ante las nume
rosas oportunidades que en realidad existen. Una organización generadora de cuantiosos mensajes escritos, con “mucha ida” y “poca vuelta”, es típica de esta metáfora. Y en situaciones críticas, como esos “engranajes” son en realidad seres humanos, el aceite no los lubrica, sino que los ahoga. Así aparece la esencia mecanicista de la metáfora que confina a Charlot a ser sólo un motorcito más de la línea de montaje en la que, si el engranaje falla, la propuesta será agregarle más aceite. Esto significará enviarle más mensajes, saturándolo de comunicaciones escritas, a través de crecientes medios gráficos o digitales, como sucede tan a menudo. Y si Charlot sigue fallando, habrá que reemplazarlo, antes de que empiece a apretar narices en vez de tornillos. La sentencia habrá anulado las alternativas de una comunicación integrada, donde todos los empleados de la organización son comunicadores activos, es decir, son emisores claves (constructores vivos) y no meros receptores (recipientes pasivos).



Aunque en primera instancia no lo parezca, muchos problemas de comunicación de las organizaciones actuales están sustentados en figuras limitantes de ese tipo. En comunicación interna, nunca debemos subestimar el poder de las metáforas que usamos. Hay que detectarlas, revisarlas y analizar su semántica periódicamente, para no caer en consecuencias indeseables. Las figuras fabriles, que vinculan a los trabajadores con mecanismos, están más presentes en nuestros días de lo que creemos. Pueden oírse incluso en las industrias más vanguardistas. Y también se repiten en empresas de servicios o en organismos públicos, donde el aporte a la sociedad no es un producto o una manufactura, sino servicios o bienes intangibles. Tal es la fuerza de una metáfora nacida en los “tiempos modernos” de un viejo paradigma, que no hace falta estar frente a una cadena de montaje para que nos encontremos repitiéndola en nuestro lugar de trabajo.


Manuel Tessi